sábado, 4 de abril de 2009

El cuento del Gato de Bronce


Luego de más de medio año casi, mil disculpas por eso. Posteo el cuento del gato de bronce, creado en mi cama 307 del hospital cuando me operaron de apendicitis.


Pense que hoy me darían de alta y la verduga voz dijo que no. Me siento como en una cárcel con mounstruos y corsarios, festejando por su festín. Pincharnos es su anhelo, escuchar nuestros gemidos y dolor, los alimenta.

Sólo dos hadas solitarias nos brindan abrigo, inmediatamente son rechazadas por el selecto grupo de corsarios.

Los arlequines hacen su entrada en la tarde con un uniforme que los distingue y a la vez los separa del resto. Sus malabares no hacen gracia pero pasan cama por cama observándote como los mounstruos. Inmediatamente, los corsarios saltan y con la mirada indican alejarse del lugar a los arlequines.


Tengo una celda con dos cortinas de pared, podría escapar pero al menor movimiento, los corsarios se ponen de pie y te observan con feo guiño.

Llevo seis días en esta celda, si me porto bien salgo mañana dicen los mounstruos. Los corsarios se alegran, no he sido una presidiaria muy tranquila que digamos. Odio la soledad de esta fría celda y extraño cada noche al gato de bronce que ilumina mis días. No necesito saber que piensa en mi, lo sé.

Es el gato más adorable de la tierra, bueno para mi, es el gato de mi vida, es un gato especial, es un gato que amo.

La desesperación se apodera de mis pocas horas acá en la celda, no puedo dormir de la ansiedad.

Ya es de día, Dios mío, ya es hora de que los corsarios se acerquen y digan que demonios pasará con mi destino en juego.

El jefe de ellos, verifica mi estado, me observa detalladamente, la herida profunda dejó de sangrar frenéticamente como días atrás. Al parecer todo está bien, según su mirada detallada sobre mi.

Un viejo sello sale de su bolsillo, sellando mi libertad...cuento las horas para salir corriendo de aqui, duermo un rato, respiro, intento relajarme, no puedo, es difícil.


Ya es hora, ya es hora, vienen por mi, y dejo todo atrás sin mirar por un instante el lugar del cual quiero salir con desesperación. Sólo me despido de los arlequines quienes me hicieron el tiempo aquí mas llevadero.

Un vehículo viene por mi, salgo corriendo casi, sin pensar en mi herida que aún debe ser cuidada. No importa, quiero ver a mi gato de bronce, que siempre está ahí para mi.


En la casa, al abrir la puerta, me ve con sus ojitos graciosos y solo corre hacia mi, ya llegué-digo yo con sonido amical, y ella con su sonrisa cambia mi vida de nuevo. No hay nadie como tu, Jannice, nadie como tu, mi gato de bronce.