martes, 4 de agosto de 2009

El Caminante

El caminante partió sin mirar atrás pues todo aquello se lo llevo el olvido. Atrás quedo su esposa, aquella mujer cruel y desalmada que partió su corazón en pedazos. Ahora solo era un ser inerte caminando por el mundo en busca del dolor, de profundizar el odio que llevaba dentro, de mostrarlo y vengarse en cada ser, todo el desamor que habían sembrado en el.
¿Por que? Nadie tenia la culpa, nadie era culpable de su desgracia, sin embargo el necesitaba desahogar su odio, buscaba el amor de las mujeres del condado, obligaba a las cortesanas a demostrarle amor o tal vez fingirlo, no le importaba, solo tenia la necesidad de plasmar tras sus pasos el dolor y arrastrar consigo a quien se pusiera en su camino.
Si el destino había sido tan cruel con el cuando dio amor del mas puro, ahora era el que devolvería odio por amor, si alguien se le ocurriera amarlo solo recibirá desprecio, odio, ira. Las mujeres, el amor, se habían convertido para el en naipes de casino, en un juego al azar, donde tenia que ganar así fuera con trampa, así fuera con odio.

Meses atrás su alma había sido entregada a una mujer en cuerpo y alma, Mariana había destrozado su alma, siéndole infiel con Cesar, su hermano. Los encontró en las caballerizas junto al heno fresco, ambos revolcándose de la forma mas grotesca, aquella que solo sabe de deseo mas no de amor ni del néctar que este emana cuando se habla del amor verdadero. Pero eso no era amor, ni la más mínima expresión de ese, eso era cual vulgar revolcón de prostituta pagada que miente dándote placer por un poco de monedas que has de ponerle decentemente en la mesa de noche para no enlodar más su sucia presencia. Aquellos cuerpos extasiados de deseo solo sudaban y permitían desnudar, cual alma, los cruentos seres que eran, desalmados, cínicos, sinvergüenzas, egoístas. Seres sin amor, sin ternura.
Los niños jugaban con Ignacio en el segundo piso de la cabaña, pero querían más, jugar con Fénix, el potrillo que había nacido días atrás, y rogaban porque su padre los llevara a las caballerizas. Estaban tan entusiasmados, que Ignacio tuvo que ir por Fénix pero mientras se acercaba al establo, la ventana de ésta era el más cruel lente que mostraba frente a sus ojos, a aquellos seres desnudos, riéndose sin prisa, tranquilos como si a su alrededor no importara más que ellos dos.
Ignacio no pudo contener la ira, a su lado cual malvado demonio, el hacha se mostraba frente a el. Sin pensarlo, la cogió, entró a la caballeriza y empezó a hachazo limpio a despedazar uno por uno a los amantes. No hubo reacción, al parecer estaba endemoniado cuando reaccionó estaba lleno de sangre hasta los dientes. Había destrozado al ser que más amaba, dejándola irreconocible. Lo que había en la habitación no eran seres humanos, eran trozos de carne desparramados por todos lados, eran huesos astillados, era la imagen de una cacería sanguinaria sin compasión. A unos pasos de la terrible sesión de espanto yacían los trajes de los amantes, limpios, sin una pizca de sangre, testigos mudos de aquellas escenas. Primero la imagen del desenfreno sexual, luego el desenfreno de quien se ve defraudado.
Cogió las prendas de ambos amantes y fue directo al río, lavó bien el hacha primero, luego se metió a bañar para no dejar huella de lo cometido, se baño hasta los dientes. Dejó correr la sangre de su cuerpo y luego tiró al río las prendas de los amantes. Liberado de algún modo por el agua que corría por su cuerpo gastado por el trabajo arduo, por correr día a día tras los bueyes y el arado, se sentó en la orilla, desnudo, miró al cielo y solo empezó a llorar su desgracia. Que había hecho se preguntaba, que hizo para que Mariana dejara de amarlo, para que fijara sus ojos en el hermano. O acaso era el hermano quien había seducido a la esposa, de pronto saltó, recordó a los niños y fue corriendo como pudo hasta la cabaña.
Enrique y Camila estaban en sus camas inquietos por la desaparición del padre, preguntándose porque demoraba tanto. Papá, papá! Empezaron a gritar para despertar la atención del padre, Ignacio que se encontraba en la puerta se puso la camisa y subió lo más rápido que pudo donde sus hijos. Se quedó con ellos, diciéndoles que no podían jugar con Fénix porque estaba dormido y que prometía bajarlos mañana para que pudieran jugar con el. Se quedó con ellos hasta dejarlos dormidos, luego bajo tranquilamente y se fue con dirección a las caballerizas, observó sin pena ni remordimiento su creación, fue a la vuelta del establo donde estaban los cerdos, sacó unos cuantos y los arreó hasta la caballeriza. Estos desesperados empezaron a tragar todo lo que hallasen a su paso mientras Ignacio arrastraba el heno con el mismo arado y lo iba quemando frente a sus ojos. Todo había quedado limpio, no había nada que hiciera presagiar o suponer que algo había pasado ahí horas antes, ninguna huella, ningún rastro, nada, nada quedaba, se había desecho de todo.

Al día siguiente despertó temprano, cogió la ropa de los niños y la colocó en la maleta, cargó las sillas de ruedas al carruaje y luego subió por ellos. Los niños no preguntaron por su madre, estaban acostumbrados a que ella no subiera a jugar con ellos, sentían que los menospreciaba por su condición. Enrique era un niño juguetón como todos los demás pequeños, de eso hace seis años. Un caballo lo lanzó, cayó de espaldas y quedó paralizado de ambas extremidades inferiores. A partir de ese momento la madre no pudo aceptarlo o no quiso, nadie sabe la razón exacta, simplemente dejo de atenderlo, se alejo del pequeño, busco quedar embarazada nuevamente y así lo hizo, llegó Camila, pero por castigo o naturaleza, la niña nació inválida.

Ignacio se desvivía por los pequeños, eran su adoración, no había nada que no hubiera hecho por ambos, a pesar que supiera que no eran suyos. Tantas veces trabajaba en campo abierto que era casi imposible que Mariana no se encontrara con César y dejaran soltar sus pasiones a diestra y siniestra, sin importarles nada. Además los niños era tan diferentes físicamente de el, Enrique muchas veces había preguntado en los almuerzos al tío César, porque ambos tenían ese lunar en la oreja izquierda, mientras que Camila hacía lo mismo con el color de sus ojos y cabello. Un poco de sonrisas, miradas extrañas y respuestas rápidas provenían de los tres adultos tratando de calmar las inquietudes de los pequeños.

- Papá, ¡papá! zarandeo Camila a Ignacio y lo despertó. Enrique se ha quedado dormido sin taparse papá, le va a dar frío y después va a contagiarme el resfrío.

Ignacio cargó a Enrique a la otra cama, lo tapó, le dio un gran beso y luego otro a Camila.
- Buenas noches Camila, cuida a tu hermano. Nos vemos mañana, dulces sueños.
- Dulces sueños papá.
Bajo las escaleras poco a poco, en la mesa la cena estaba servida tan magníficamente como cada noche, tal vez por la conciencia que le remordía a Mariana, trataba de hacer todo bien para el esposo. El sin hablar nada se acercó a la mesa y empezó a cenar, ella en la cocina terminaba de preparar la taza de café.
- ¿Cómo están los chicos?
- Te importan.
- Siempre me han importado.
- No pareciera, nunca subes a verlos.
- Tengo muchas cosas que hacer, lavar, cocinar, planchar.
- Y revolcarte con tu amante, gritó Ignacio.
- Porqué te quedas callado siempre que te hablo Ignacio. ¡Ignacio te estoy hablando!
Ignacio había gritado pero dentro de su alma, no era capaz de decirle nada a la esposa, no era capaz de decirle que sabía perfectamente que lo engañaba por años con su hermano. No era capaz de nada. El sueño de siempre le rondaba la cabeza, matarla a hachazo limpio y largarse con sus hijos, largarse, largarse y desaparecer.
Se levantó en silencio de la mesa mientras Mariana vociferaba la falta de respeto que tenía siempre con ella. El no respondió, nunca lo hacía. Solo atinó a decirle que los niños dormían que pensara en ellos.
Salió con rumbo a la caballeriza, ensilló a Rayo, el padre de Fénix y salió a montar. Regresó tarde muy tarde, cuando los lobos aullaban y la luna resplandecía en todo su esplendor por la pradera limpia y amplia. Llegó a pie caminando al lado de Rayo con rumbo a la caballeriza. Engancho el carruaje, la ropa ya estaba en el destino señalado, esperándolo. Subió a Fénix en el compartimiento de atrás, engancho a Rayo y fue por los pequeños. Ahora si estaba decidido a partir y largarse lejos, pero otra vez la escena espantosa, el hermano y la esposa revolcándose en el granero. Esta vez su rabia no se contuvo en los sueños, cogió el hacha que siempre estuvo ahí, como esperándolo, entro despacio y de un hachazo partió el pecho del hermano que yacía encima de la mujer, ella llena de espanto gritó pero instantáneamente el hacha cayó sobre su rostro. Todo lo que soñó noche atrás, se había vuelto realidad estaba en el río desapareciendo los rastros de su salvaje acción, tal vez, comprendible, porque nadie sabe lo que la mente humana puede hacer cuando se sabe traicionado.

Cogió a los niños, los subió al carruaje y marchó lo más lejos que pudo, hasta muy tarde, cuando el sol se reflejo en su rostro, había amanecido..... CONTINUARÁ